Gatsby. Así soy yo. Si me lo preguntas hoy, esta tarde de abril bajo el cielo anaranjado de Madrid, te diría que, efectivamente, soy Gatsby. Llámalo evocación, reencarnación, imaginación, identificación. Me da igual el término. Yo me siento Gatsby lo denomines como lo denomines. Mientras respiro el olor del calor que entra por mi ventana, cierro los ojos y repito, soy Gatsby, soy Gatsby, soy Gatsby... Su espíritu me ha invadido por dentro, justo por la zona del pecho, oprimiéndome y dejándose notar especialmente por las tardes, a la hora del atardecer, frente a la ventana de mi habitación. Es entonces cuando Gatsby, en mi interior, golpea y lucha por salir a la luz, gime y se mofa de que ha conseguido entrar, me acusa de no saber echarle y amenaza con irrumpir en mi mente con los recuerdos del pasado, a los que se agarra para sobrevivir dentro de mí. Es en ese momento cuando embobada miro el cielo primaveral, e intento hacer caso omiso de Gatsby, sin éxito. Él sabe que le escucho, y, aunque no le permito dejarse ver, representa en el pequeño teatro de mi alma todas las escenas que ha arrastrado consigo para hacerme daño, para resucitar.
Sé que debo deshacerme de él, depurar mis recuerdos para que se desvanezca de una vez por todas... Pero, por más que intento tejer nuevas vivencias, pensamientos, experiencias, Gatsby permanece, como una sombra que ha aparecido para ligarse a su amo por siempre jamás.
Su forma de vivir en mi alma es traicionera. Con perfidia me hipnotiza para que me sumerja y contemple las imágenes color pastel que conformaron lo que una vez fui, y que él se empeña en recordarme. Las imágenes desgastadas y deslumbrantes de una infancia que se escapa por momentos, y que, cual Dafne, jamás podré atrapar, aun corriendo con todas mis fuerzas y ansias apolíneas... Gatsby me recuerda que lo que persigo es lo que he vivido, y pasa a mostrarme con una sonrisa malvada los fotogramas de lo que parece ser un faro eterno de color blanco, que contempla el amanecer de una ciudad bañada por el mar calmo y salado del Mediterráneo. La ciudad se despereza entre el suave rumor de las conchas deslizándose junto a la orilla del mar, las primeras tumbonas que se aventuran a estrenar la jornada de playa, los negocios abriendo, las ranitas del parque salpicando a modo de fuentes sus azulejos históricos, los primeros churros y porras de la mañana sirviéndose junto a chocolate caliente... la ciudad ha revivido tras su sueño nocturno.
Gatsby me toca el hombro y me señala el desayuno sobre la mesa de la terraza, ya preparado bajo el reluciente sol andaluz, y me siento para contemplar una vez más el mar que une nuestra variopinta ciudad con otro continente... La superficie brilla y llama la atención de gaviotas que se aventuran a probar suerte e intentar desayunar, sumergiendo su pico con rapidez en alguna ola fortuita que pasa. Gatsby me sigue molestando, y me señala esta vez a una versión más pequeña, más inocente de mi persona, que, de la mano de su abuelo, degusta el delicioso chupa-chups que le acaba de regalar tras bajar a por el periódico. Juntos se sientan a mi vera para sorber el colacao, una sobre el regazo del otro, mecidos por la brisa marina con olor salado, y contemplados por un sol radiante, testigo de una vida que pronto echará en falta esos momentos tan dulces y lejanos.
Gatsby me toca el hombro y me señala el desayuno sobre la mesa de la terraza, ya preparado bajo el reluciente sol andaluz, y me siento para contemplar una vez más el mar que une nuestra variopinta ciudad con otro continente... La superficie brilla y llama la atención de gaviotas que se aventuran a probar suerte e intentar desayunar, sumergiendo su pico con rapidez en alguna ola fortuita que pasa. Gatsby me sigue molestando, y me señala esta vez a una versión más pequeña, más inocente de mi persona, que, de la mano de su abuelo, degusta el delicioso chupa-chups que le acaba de regalar tras bajar a por el periódico. Juntos se sientan a mi vera para sorber el colacao, una sobre el regazo del otro, mecidos por la brisa marina con olor salado, y contemplados por un sol radiante, testigo de una vida que pronto echará en falta esos momentos tan dulces y lejanos.
- Es hora de irse...
Gatsby me devuelve a la realidad, sentada en mi habitación frente a la ventana, contemplando ensimismada y con la mano en el pecho, el cielo anaranjado de Madrid. Gatsby sigue ahí, fiero y dispuesto a arrastrarme de nuevo a los recuerdos, los cuales supusieron su propia perdición. Espero que de todas formas no supongan también la mía... Antes de abrir los ojos para regresar a mi rutina, vuelvo a agarrar una vez más las manos cálidas de mis abuelos, mientras contemplamos desde aquella terraza nuestro lugar favorito en el mundo... "¡Oh, ciudad encantada por la magia del mar!".