Recordando mi primera toma de contacto con Queen, me he de remontar a cuando era pequeña y apenas empezaba a formar mi gusto musical; mi madre, sin esperarse el efecto que tendría aquella primera canción en mí, me dio a conocer esa descarga de adrenalina y ritmos vibrantes que es Don't stop me now. Desde que aquel día descubrí al grupo más deslumbrante que había oído nunca, ya no pude dejar de escuchar sus, más que canciones, auténticos himnos. Por eso, cuando este año me topé con el trailer de Bohemian Rhapsody en YouTube, me quedé ojiplática y no pude evitar cuestionarme si aquello sería buena idea: ¿tan atrás habían quedado los años de reinado de Queen que hacía falta refrescar la memoria al mundo? ¿sería un completo desastre? y, sobre todo, ¿podría Rami Malek dejarse entender con esa prótesis dentaria descomunal?
Sin muchas expectativas, y un poco de recelo, he de confesar que me asomé al cine con ojo crítico, a pesar de estar a punto de reencontrarme con mi grupo favorito.
Sin embargo, solo con la fanfarria inicial de la 20th Century Fox, interpretada por los mismísimos Brian May y Roger Taylor, ya se me pusieron los pelos de punta, y no volví en mi hasta los títulos de crédito, cuando encendieron de nuevo las luces y la sala entera, llena a rebosar, se fundió en una sobrecogedora ovación. La película ha sido la gran sorpresa de este 2018, una experiencia inolvidable que ha arrasado los cines de todo el mundo y ha devuelto a la vida la legendaria historia de Queen, desde sus inicios en 1970 hasta El concierto por excelencia, el Live Aid de 1985, para recordar al mundo una vez más que, contra todo pronóstico de los críticos de su época, Freddie Mercury, Brian May, Roger Taylor y John Deacon rompieron todos los esquemas, se atrevieron con ritmos y sonidos con los que nadie se había arriesgado nunca, e hicieron historia elevando el rock y la actuación en vivo a una nueva dimensión.
Bohemian Rhapsody ha sido un proyecto muy especial desde el principio, que ha costado sacar a la luz tras una década de planes, búsqueda del reparto adecuado y vicisitudes con el primer director, Bryan Singer, al que llegaron a despedir a menos de dos semanas de terminar el rodaje. En busca del perfecto Mercury, los todavía miembros activos de Queen, el guitarrista Brian May y el baterista Roger Taylor, se involucraron especialmente en el proyecto, sin conformarse con otros candidatos hasta dar con Rami Malek (protagonista de Mr Robot, de la que May y Taylor son fans declarados). No pudieron haber elegido mejor. Malek, demostrando sus dotes de actor profesional y comprometido con el papel, reencarna a Freddie habiendo hecho los deberes, clavando cada gesto, cada mirada, cada andar, y cada movimiento sobre el escenario del rimbombante artista.
Aún así, la realidad en este caso supera a la ficción porque Freddie es sencillamente insuperable. Fue una fuerza de la naturaleza, una "shooting star" (como entonaba en Don't stop me now) imparable, grandiosa, rebosante de pasión por la vida, por la expresión artística y por encima de todo, por la música; un autodenominado "Mister Fahrenheit" que no cesó, ni en sus últimos y desgastados meses de vida, de componer y cantar, de compartir con el mundo y para la posteridad su talento descomunal. Partiendo de esta base y dejándonos llevar, Malek crea un muy logrado Mercury al que quizás no se parezca físicamente al cien por cien, pero desde luego nos adentra en la historia sin que reparemos en que estamos viendo a un actor intentando imitar a nuestro ídolo; de forma camaleónica se adapta, con igual éxito, a los diferentes registros del artista: cañero sobre el escenario, vulnerable en su vida privada, y despampanante en su trato con quienes le conocían.
De todas formas, siendo una película dramática, cierto es que eché de menos el sentido del humor tan particular de Freddie. Sus payasadas con sus amigos, su espíritu gamberro pero al mismo tiempo dulce y cercano, sus sonrisas traviesas a la cámara, y esa manera confiada pero humilde de decir lo que pensaba, siempre con inteligencia, ironía y una generosa dosis de provocación (es ya clásica su respuesta a un periodista, al que ante la pregunta por su manera de trabajar, si era organizada o espontánea, Freddie respondía divertido "I'm just a musical prostitute, my dear", "Simplemente soy una prostituta musical, querido", cuando en la película, este momento se recrea en una sofocante escena de una tensa rueda de prensa). Además, según el testimonio de las personas que se codeaban con Freddie, en realidad su personalidad fuera del escenario no era como refleja la película, rayana en lo arrogante, sino que, a pesar de los lujos y extravagancias, fue siempre generoso con quienes lo rodeaban, preocupado por sus amigos, detallista, cariñoso y, en definitiva, una persona que transmitía alegría y diversión allá por donde iba.
Aún así, la realidad en este caso supera a la ficción porque Freddie es sencillamente insuperable. Fue una fuerza de la naturaleza, una "shooting star" (como entonaba en Don't stop me now) imparable, grandiosa, rebosante de pasión por la vida, por la expresión artística y por encima de todo, por la música; un autodenominado "Mister Fahrenheit" que no cesó, ni en sus últimos y desgastados meses de vida, de componer y cantar, de compartir con el mundo y para la posteridad su talento descomunal. Partiendo de esta base y dejándonos llevar, Malek crea un muy logrado Mercury al que quizás no se parezca físicamente al cien por cien, pero desde luego nos adentra en la historia sin que reparemos en que estamos viendo a un actor intentando imitar a nuestro ídolo; de forma camaleónica se adapta, con igual éxito, a los diferentes registros del artista: cañero sobre el escenario, vulnerable en su vida privada, y despampanante en su trato con quienes le conocían.
De todas formas, siendo una película dramática, cierto es que eché de menos el sentido del humor tan particular de Freddie. Sus payasadas con sus amigos, su espíritu gamberro pero al mismo tiempo dulce y cercano, sus sonrisas traviesas a la cámara, y esa manera confiada pero humilde de decir lo que pensaba, siempre con inteligencia, ironía y una generosa dosis de provocación (es ya clásica su respuesta a un periodista, al que ante la pregunta por su manera de trabajar, si era organizada o espontánea, Freddie respondía divertido "I'm just a musical prostitute, my dear", "Simplemente soy una prostituta musical, querido", cuando en la película, este momento se recrea en una sofocante escena de una tensa rueda de prensa). Además, según el testimonio de las personas que se codeaban con Freddie, en realidad su personalidad fuera del escenario no era como refleja la película, rayana en lo arrogante, sino que, a pesar de los lujos y extravagancias, fue siempre generoso con quienes lo rodeaban, preocupado por sus amigos, detallista, cariñoso y, en definitiva, una persona que transmitía alegría y diversión allá por donde iba.
Sin embargo, hay que entender que se trata de una película, y a veces se deben exagerar o adaptar algunas cosas; al contrario de un documental, que pretende reflejar la realidad fielmente, la finalidad de Bohemian Rhapsody ha sido desde el principio entretener al gran público. Bohemian Rhapsody ha recibido críticas por la cantidad de modificaciones que se han hecho, no solo del mismo Freddie, sino respecto a la historia de la banda, precisamente para darle un toque aún más espectacular o dramático: empezando por la formación del grupo, que no fue tan espontánea como se narra, pues lejos de ser casualidad de una noche, ellos (salvo John Deacon) ya se conocían mucho antes de que Freddie fuese fichado como vocalista de Smile, el grupo de Brian May y Roger Taylor que luego Mercury renombró como Queen, llegando a compartir piso y hasta montar, entre Roger y Freedie, un puesto de ropa; el escéptico productor de la discográfica EMI, Ray Foster, en realidad nunca existió, pero representa a todos aquellos que no dieron nada por Queen y su single estrella de 6 minutos allá por 1975; la "separación" o distanciamiento del grupo que en el film acontece en los tempranos ochenta en verdad no sucedió (como tampoco fue Mercury el primer ni único integrante de Queen que sacó en esos años un álbum en solitario, aunque en el film se lo echen en cara como si fuera un traidor), sino que siempre se mantuvieron grabando y recorriendo el mundo de gira, a pesar de las diferencias que podían llegar a tener en el proceso creativo (en palabras reales de Freddie, en pocos grupos se daba el caso de que todos los integrantes aportaran composición musical; para él, Queen era un gran proyecto al que se añadían cuatro proyectos individuales que trabajaban en paralelo, y era normal que sus fuertes personalidades chocaran a veces); por otra parte, el papel de Paul Prenter, manager de Freddie en los primeros años de los ochenta, como villano indiscutible al que todos odiamos pero que en realidad, a pesar de arrastrar a Freddie a una vida más disoluta y aislada del grupo, entre fiestas y excesos, no fue tan pérfido como lo pintan ni llegó a hacer todo lo que se le acusa en la película, aunque sí era una persona mezquina que aprovechó la mínima de cambio para traicionar la intimidad de Freddie que él tanto apreciaba y, según Brian May, fue además el causante del desastre del álbum Hot Space en 1982; o la fecha de demoledor diagnóstico del sida, que en realidad sucedió después del Live Aid, en 1987, pero en la película se entiende que quisieron cerrar por todo lo alto dándole una carga emotiva extra al legendario concierto en Wembley de julio de 1985.
Aún así, a pesar de estos cambios argumentales que, a gusto del espectador, pueden haber sido más o menos acertados, el guión de Bohemian Rhapsody afronta magistralmente el reto de narrar en solo dos horas la historia de quince años, en una vida tan intensa como fue la de Queen en esa época.
La primera mitad, con los inicios del grupo en 1970 y su década más brillante, se narra de forma muy dinámica, incorporando la música de forma omnipresente, en las sesiones en el estudio para sacar adelante sus canciones, o en sus cada vez más increíbles y vistosos conciertos, que, junto a una espectacular fotografía y puesta en escena, nos acercan un poco a lo que debieron de sentir los auténticos y afortunados espectadores de Queen y de las explosivas representaciones de un Freddie rebosante de energía. Esos setenta de rock más duro y melenudo, maquillaje y disfraces de arlequín, nos introducen a las sensaciones del inicio y éxito de una banda de rock, de giras constantes, avalanchas de fans y éxitos imparables. Pero no de cualquier banda de rock, sino de una tan esencial como Queen, que rompieron con los esquemas del momento y abrazaron una nueva forma de hacer música con su particular estilo que, lejos de estancarse en un sonido, mezclaba tantos tan diferentes (hard rock, glam, gospel, jazz, balada, rock and roll, etc.) que les hizo sonar como nadie había sonado nunca. Un éxito, de todas formas, que no hubiera sido posible sin una banda en la que cuatro personas tan distintas aportaran y se complementaran tan bien unas a otras, y un Freddie rebosante de inspiración y perfeccionista hasta la saciedad, no cesara de trabajar en los temas de la banda hasta escuchar en la cinta lo que él ya había escuchado, y mucho antes, dentro de sí, y orquestara, con su visión del rock y la actuación en directo, el fenómeno de Queen. Algunos momentos hilarantes de la película son las divertidas grabaciones en el estudio; contando en los setenta con medios casi artesanales, "the tape was the tape", casi no se podía intervenir la cinta una vez grabada, y había que clavarlo todo porque no había ordenadores como hoy en día para arreglar los errores. En concreto, se recrean las sesiones de Seven Seas of Rhye y Bohemian Rhapsody, canciones con las que descubrieron el potencial que tenían si se lanzaban a mezclar y probar técnicas distintas, como la superposición de voces, los agudos "galileo" o sus tan conocidos ritmos "operísticos", marcando para siempre su destino.
La segunda mitad refleja, en un tono más dramático, la tormentosa época de Freddie con su manager Paul Prenter a principios de los ochenta, en la que el cantante se alejó de su esencia musical y de las relaciones estables que había tenido, sobre todo con su primero novia y luego mejor amiga Mary Austin, cayendo en una espiral de vicios y sinsentido, buscando encontrarse con su verdadero yo, después de descubrir su auténtica sexualidad; es un tramo más decadente en la película que, sin embargo, sirve como moraleja del lado oscuro de la fama, la soledad y la insatisfacción. Pero los ochenta no solo fueron los años por excelencia de los excesos de Freddie a través de fiestas desfasadas y clubes nocturnos, sino también su madurez, musical y personal, cuando a mediados de la década conoció a Jim Hutton, su pareja hasta el fin de sus días, y cuando en el Live Aid del 85 Queen, después de unos años menos florecientes, se volvió a meter en el bolsillo a la audiencia (el climax y broche dorado de la película), o en la posterior y última gira del grupo, Magic Tour de 1986, que aunque ya no aparezca en el film, fue mítica batiendo récords de audiencia y llenando estadios de público coreante y entregado a sus inolvidables actuaciones (el último enlace lleva a los dos minutos en los que Freddie y sus ultraconocidos "eh-oh" pararon el mundo; ¡quién hubiera estado allí!)
La primera mitad, con los inicios del grupo en 1970 y su década más brillante, se narra de forma muy dinámica, incorporando la música de forma omnipresente, en las sesiones en el estudio para sacar adelante sus canciones, o en sus cada vez más increíbles y vistosos conciertos, que, junto a una espectacular fotografía y puesta en escena, nos acercan un poco a lo que debieron de sentir los auténticos y afortunados espectadores de Queen y de las explosivas representaciones de un Freddie rebosante de energía. Esos setenta de rock más duro y melenudo, maquillaje y disfraces de arlequín, nos introducen a las sensaciones del inicio y éxito de una banda de rock, de giras constantes, avalanchas de fans y éxitos imparables. Pero no de cualquier banda de rock, sino de una tan esencial como Queen, que rompieron con los esquemas del momento y abrazaron una nueva forma de hacer música con su particular estilo que, lejos de estancarse en un sonido, mezclaba tantos tan diferentes (hard rock, glam, gospel, jazz, balada, rock and roll, etc.) que les hizo sonar como nadie había sonado nunca. Un éxito, de todas formas, que no hubiera sido posible sin una banda en la que cuatro personas tan distintas aportaran y se complementaran tan bien unas a otras, y un Freddie rebosante de inspiración y perfeccionista hasta la saciedad, no cesara de trabajar en los temas de la banda hasta escuchar en la cinta lo que él ya había escuchado, y mucho antes, dentro de sí, y orquestara, con su visión del rock y la actuación en directo, el fenómeno de Queen. Algunos momentos hilarantes de la película son las divertidas grabaciones en el estudio; contando en los setenta con medios casi artesanales, "the tape was the tape", casi no se podía intervenir la cinta una vez grabada, y había que clavarlo todo porque no había ordenadores como hoy en día para arreglar los errores. En concreto, se recrean las sesiones de Seven Seas of Rhye y Bohemian Rhapsody, canciones con las que descubrieron el potencial que tenían si se lanzaban a mezclar y probar técnicas distintas, como la superposición de voces, los agudos "galileo" o sus tan conocidos ritmos "operísticos", marcando para siempre su destino.
La segunda mitad refleja, en un tono más dramático, la tormentosa época de Freddie con su manager Paul Prenter a principios de los ochenta, en la que el cantante se alejó de su esencia musical y de las relaciones estables que había tenido, sobre todo con su primero novia y luego mejor amiga Mary Austin, cayendo en una espiral de vicios y sinsentido, buscando encontrarse con su verdadero yo, después de descubrir su auténtica sexualidad; es un tramo más decadente en la película que, sin embargo, sirve como moraleja del lado oscuro de la fama, la soledad y la insatisfacción. Pero los ochenta no solo fueron los años por excelencia de los excesos de Freddie a través de fiestas desfasadas y clubes nocturnos, sino también su madurez, musical y personal, cuando a mediados de la década conoció a Jim Hutton, su pareja hasta el fin de sus días, y cuando en el Live Aid del 85 Queen, después de unos años menos florecientes, se volvió a meter en el bolsillo a la audiencia (el climax y broche dorado de la película), o en la posterior y última gira del grupo, Magic Tour de 1986, que aunque ya no aparezca en el film, fue mítica batiendo récords de audiencia y llenando estadios de público coreante y entregado a sus inolvidables actuaciones (el último enlace lleva a los dos minutos en los que Freddie y sus ultraconocidos "eh-oh" pararon el mundo; ¡quién hubiera estado allí!)
En definitiva, recomiendo encarecidamente dejarse envolver por el ya fenómeno mundial de Bohemian Rhapsody, que cumple la función de acercar a las nuevas generaciones la figura de Queen y la época que les vio nacer, y refrescar a sus fans declarados la razón de por qué amamos a este grupo legendario. Por encima de todo, en las más de dos horas de duración de la película, me sorprendí a mí misma sin la constancia de haber parpadeado y menos echado un vistazo al reloj. Dos horas que se me hicieron demasiado breves, tras las cuales salí de la sala de cine sintiendo que la vida real (al menos la del común de los mortales) no sea así de épica, pero a la vez con unas inconmensurables ganas de comerme el mundo.
Es una experiencia, reitero, que no te puedes perder, sobre todo si eres fan de la banda, y en pantalla grande, porque seguro te va a emocionar y transportar. De hecho, yo me he pasado el fin de semana revisitando los conciertos y videoclips con una intensa "Queen fever" y, sobre todo redescubriendo, a propósito del biopic, al "great pretender", Freddie, una persona única en su era, responsable, junto a May, Taylor y Deacon, de letras y melodías que correrán por nuestras venas y las de aquellos que vengan después como las obras de arte atemporales que son. Una inigualable voz que maravilló al mundo entero con su garra y fuerza a la vez que sensibilidad, delicadeza y versatilidad; un sentido del arte que cambió para siempre el concepto de concierto rock, con sus teatrales actuaciones, y su personalidad arrolladora, tanto dentro como fuera del escenario; y una creatividad desbordante que, si no fuera por su trágica y fatídica marcha en 1991, aun le quedaría mucho por compartir con el mundo.
Me despido no sin antes encomendaros la visión prácticamente obligada de este emotivo homenaje que, con motivo del que hubiera sido el 65 cumpleaños de la leyenda, se le dedicó desde el canal oficial de Queen.
Me despido no sin antes encomendaros la visión prácticamente obligada de este emotivo homenaje que, con motivo del que hubiera sido el 65 cumpleaños de la leyenda, se le dedicó desde el canal oficial de Queen.