Nueva Inglaterra, 1630. Una familia de Puritanos es expulsada de la colonia en la que viven por su radicalismo religioso, del que el patriarca William se niega a apartarse. Junto a su mujer, y sus cinco hijos, se instalan en la linde del bosque y allí erigen su nuevo hogar. Pero pronto, las cosas empiezan a torcerse. La cosecha no da los frutos que esperaban para poder sobrevivir en su soledad, su benjamín de tan solo meses de vida, Sam, desaparece misteriosamente, y eventos extraños empezarán a ocurrir sin aparente explicación, llevando a esta peculiar familia obsesionada por el pecado y su redención a un punto de no retorno.
El género de terror siempre ha sido arriesgado. Su público es exigente, quiere lo que quiere y no saldrá de las salas cantando alabanzas si una película no le da lo que venía a buscar. El susto que haga volcar las palomitas, el villano al que pronto identificar y temer, y el desenlace previsible que lleva esperando toda la película. Por ello las fórmulas de siempre suelen funcionar muy bien: los payasos perturbados, las posesiones demoníacas, los zombies sanguinarios, los asesinos seriales. Y cuando llegan a los cines propuestas que se apartan de esta norma no escrita, como Babadook o La bruja, corren un riesgo que suele acabar con la audiencia dividida y mucha confusión. Porque son películas que apuestan por tratar al espectador precisamente como un mero espectador de los acontecimientos, que debe sacar sus propias conclusiones e interpretarlas, sin darle ninguna pista mascada, o ninguna explicación para que entienda la moraleja. Entiendo que mucha gente solo quiere empezar una película de terror simplemente para entretenerse un rato, y llevarse unos buenos sustos. De hecho, solemos medir la calidad de estos films según la cantidad de gritos y de brincos en el asiento que hemos pegado. Yo misma disfruto de este tipo de películas, y es innegable la cantidad de clásicos que han seguido la fórmula establecida y han sido verdaderos hitos en la historia del cine. Sin ir más lejos, James Wan en los años recientes ha sacado a la luz propuestas que marcaron un antes y un después, como la saga de Saw, entre otras, que sin dejar de ser lo que muchas otras películas del estilo son, lleva una marca propia que ha revolucionado el género y atrapado a los espectadores. Pero cuando de cuando en cuando directores como Robert Eggers nos proponen algo tan rompedor como La bruja, siendo además una película tan magníficamente ejecutada, no puedo evitar romper una lanza a su favor, y más aún cuando descubro que La bruja es todavía la maravillosa opera prima de su director.
La bruja no cae en el susto fácil, pero consigue crear una atmósfera de tensión y oscuridad que será la clave para que la trama termine por desatarse, y te lleves a casa esa sensación que ni tú has llegado a comprender. Porque La bruja no aterroriza, inquieta. Desliza el temor delicadamente, de forma sugerente, con eventos inquietantes que no son lo que parecen, y una falsa apariencia de calma que desbordará a nuestra familia Puritana y desatará sus más terribles impulsos contenidos.
Es cierto que la bruja aparece en algunas ocasiones de manera explícita, no todo son pistas y huellas que hay que seguir; ya en los primeros minutos de la película se la ve "encerando" la escoba de una manera horrorosa, retratando a las brujas como seres de otra dimensión, con métodos para alcanzar sus poderes ajenos a toda comprensión.
Pero, por lo general, se trata de un film construido con esmero y cuidado, en el que cada cosa pasa por algo, y, como mencioné antes, está en la mano del espectador interpretarlo en un sentido o en otro. De hecho, en la cosecha de la película aparece un hongo que fue muy común en el siglo XVII y puede provocar alucinaciones en sus consumidores, lo que pudo ser la causa en su momento de parte del folclore desatado respecto a las brujas y su hechicería; según Eggers, el fruto de todo lo que cree presenciar nuestra familia pudo haberse debido a este maíz contaminado, si el espectador así lo quiere interpretar. O podemos obviar este hecho y tomar por reales todos los acontecimientos. Podemos señalar múltiples teorías. Quién es la bruja realmente, por qué la película termina como termina, y si esa fue la intención de los antagonistas todo ese tiempo. Y esto, a pesar de ser desesperación para algunos, resulta exquisito para otros. Que no nos constriñan el significado de la película en lo que el director quiera que esta se convierta, sino que deje a nuestra imaginación lo que queramos que signifique para nosotros.
Para mí, es desde luego, igual que para muchos, muchas cosas. Es la narración de la caída de esta familia, obsesionada por el pecado, en el propio pecado. La envidia de la madre por su primogénita Thomasin, ya convertida en una hermosa y prometedora joven, y la dureza de su trato hacia la muchacha. La culpa que carcome al padre de que todo lo que está pasando porque se negó a acatar el ultimatum de su colonia y fueron expulsados por su orgullo (esa es otra, ¿qué demonios hicieron para que los líderes decidieran enjuiciarlos?). El temor del pequeño Caleb cuando su hermano aun bebé desaparece, preguntándose sobre el infierno y la redención de los pecados. Y los gemelos Jonas y Mercy, ajenos en un principio al drama que les rodea pero poco a poco más involucrados en éste, no se sabe muy bien de qué lado.
En una obra como ésta, con personajes tan contados (con los dedos de una mano) pero de tanto peso, Thomasin, la indiscutible protagonista, no se podía quedar atrás. Y esta es otra de las maneras de interpretar la película, si se quisiera llevarla más lejos, a una epopeya sobre el temor a lo desconocido, a lo diferente. Igual que en los juicios de Salem, que acontecerían en aquellos mismos lares unas décadas más adelante, la familia no entiende lo que ocurre, el comportamiento repentino de sus hijos, la desaparición de su pequeño, la mala suerte con su cosecha, los inquietantes animales del bosque... Y su chivo expiatorio es precisamente la dulce y hermosa Thomasin, una mujer, joven y poco a poco más independiente, que no comparte esa forma de vida y desea algo más, o, al menos, no dejarse arrastrar por ellos. Sin escucharla, la familia no podrá permitir que esa "bruja" destruya aquello en lo que ellos siempre han creído, y cargarán contra ella aun siendo inocente, fraguando poco a poco el final que, entendido de esa manera, se podría ver como culminación no de una historia de brujas, sino de una historia de mujeres incomprendidas y aisladas, empujadas a esa clase de vida, por la propia desconfianza de sus allegados, en lo que no pueden comprender.
Eggers, antes de consagrarse como director, llevándose además por primera vez en la historia el premio Sundance a mejor director por una película de terror, fue parte de la producción y diseño de vestuario de otros filmes y, como tal, está habituado a la recopilación de información y a la ambientación más exacta posible. Y La bruja es su máxima expresión. Parece, ya desde el principio, que estemos inmersos en una pintura del siglo XVII, por los colores, la ropa de los personajes, la misma cabaña en la que habitan. Nada está idealizado, todo está presentado en la forma cruda y auténtica que debió de ser en la realidad.
Y no solo la producción, sino también la trama de la película ha sido cuidada para ser llevada a los espectadores de la forma más fidedigna posible, como si de un documental se tratara. Ya al final, antes de los créditos, se nos muestra que toda la historia ha sido basada en muchas fuentes de información de la época, cuentos y documentos históricos, incluida prensa y actas judiciales. Muchos diálogos, concluye la cita, son sacados directamente de dichas fuentes. Algunas cosas podemos adivinarlas sin saber mucho del tema: el macho cabrío negro, la predilección de los aquelarres por las reuniones cálidas alrededor del fuego, los embrujos, etc. Pero, yo al menos, no conocía muchos detalles que me pasaron desapercibidos en el film o, directamente, no los entendía, y que asimilados con posterioridad, enriquecen la película y hacen que quiera revisitarla más pronto que tarde para darme cuenta de la profundidad de muchas escenas: el producto de limpieza favorito de las brujas para sus escobas, lo que empieza a dar la cabra de la familia en lugar de leche, la liebre misteriosa, el cuervo, etc. No quiero destriparos estos momentos porque son de los más potentes y es desde luego una película para ver sin tener mucha idea previa.
Por otra parte, he visto por Internet cómo muchos comparan muchos planos de la película, brillantemente rodada jugando con los claroscuros y las perspectivas, con las pinturas negras de Goya, que datan de su última época (primer cuarto del siglo XIX), ya anciano, medio sordo y amargado por el panorama social, aun posterior a 1630 (año en el que se ambienta La bruja). Desde luego, la misma aura de tenebrosidad y confusión se respira en pinturas y película, es innegable, y me encanta que una producción de terror pueda, además de inquietar, maravillar por la belleza con que está rodada.
Por último, me gustaría destacar la brillante actuación del reparto. Ralph Ineson y Kate Dickie son los cabeza de familia, y ya coincidieron en Juego de Tronos, bordando en esta ocasión los papeles de progenitores devotos y desesperados. Harvey Scrimshaw es el confundido niño Caleb, quien nos ofrece los minutos de mayor intensidad de la película, que desde luego tendrán el corazón de los espectadores en un puño. Ellie Grainger y Lucas Dawson son los gemelos más pertubadores que podían haber encontrado, que junto al macho cabrío "Black Philip", formarán un trío espeluznante. Y Anya Taylor-Joy es la joven Thomasin en su debut como actriz, un papel que borda con una gran expresividad y atracción magnéticas.
No puedo más que recomendaros, aunque seáis escépticos al género de terror, que deis una oportunidad a esta joya del director novel Robert Eggers. Si estáis buscando algo diferente, si os gusta sorprenderos, y no ser testigos siempre de las mismas fórmulas que tantos otros repiten, con mayor o menor acierto, esta es vuestra película. Dejaos embaucar por La bruja y decidme, ¿qué sacáis vosotros de ella?