martes, 5 de junio de 2018

Black mirror, espejo de la deshumanización

La clave de la supervivencia de nuestra especie, al cabo de tantos siglos y milenios, ha sido sin duda nuestra capacidad de adaptación. En un planeta regido por la evolución, y por la supervivencia del más fuerte, la capacidad del ser humano, no ya de adaptarse al medio, sino de adaptar el medio a sí mismo, ha sido nuestra llave para hacer de la Tierra nuestro reino y de nosotros los seres humanos sus soberanos. Remontándonos al inicio de los tiempos, el control del fuego fue sin duda la tecnología más básica que hayamos podido aprehender, y la carrera contra el tiempo prosiguió con la proto-industria de la piedra y las múltiples herramientas que pudimos inferir de ella; proseguimos más tarde con la invención de la agricultura y la ganadería, que nos permitió ser dueños del suelo que pisábamos convirtiéndonos en sedentarios y comenzando así el desarrollo de las primeras civilizaciones. El resto (la rueda, la escritura, la pólvora, la imprenta...) es historia. El ser humano avanzó a través de los tiempos, cruzó océanos, descubrió parajes desconocidos, ganó guerras, imperios, y conquistó el Universo, gracias a su propia inventiva y a las tecnologías que iban poniendo remedio a las barreras que se iba encontrando en su camino. Pero llegado el siglo XX, parecía que no quedaba nada por inventar. Después de dos revoluciones industriales, la energía eléctrica, y la producción en serie, éramos escépticos a que aquellos armatostes llamados "computadoras" pudieran hacernos la vida aun más fácil. Pero así fue: los ordenadores cobraron una forma mucho más utilitaria y enseguida se inventó el internet, los teléfonos móviles y las redes sociales, la inteligencia artificial, etc. En las últimas décadas, nuestra sociedad ha avanzado más rápido que en los siglos anteriores. La generación de nuestros abuelos y la de nuestros padres no podía encontrar entre sí un abismo más pronunciado. La era digital ha despertado con hambre de prosperar y extenderse a lo largo y ancho del planeta, trascendiendo poco a poco a nuestras vidas para hacernos depender totalmente de ella.

Un chip que, implantado en nuestro cerebro, permite grabar a través de nuestros propios ojos todas nuestras vivencias, que podemos rebobinar y contemplar una y otra vez, proyectar en una pantalla, etc. Una función distinta del chip con la que literalmente podemos "bloquear" a las personas que queramos perder de vista, en la vida real, tras lo cual no podremos verlas ni oírlas. Un robot humanoide diseñado a imagen y semejanza de nuestros seres queridos perdidos para mantenerlos presentes en nuestras vidas tras su marcha. Una sociedad en la que tu estatus social y ventajas ciudadanas dependen de cuantos "likes", o, en su caso, estrellas, te regalen tus conciudadanos según tu comportamiento cívico. Un control remoto implantado en el cerebro de nuestros hijos para censurar lo que ven y escuchan y para tenerlos vigilados constantemente por videocámara. Una app de citas que pone fecha de caducidad a las relaciones, por las que deberás ir pasando hasta encontrar tu "match" perfectamente impuesto por la tecnología. Un candidato a la presidencia que no es más que un avatar satírico manejado por un cómico con la lengua afilada. Y un sinfín más de ideas para un futuro distópico que, sin embargo, no se nos debe antojar tan lejano, pues, como hemos presenciado a través de milenios, lo mejor que sabe hacer el ser humano es superarse y adaptarse al paso de los tiempos, y si combinamos los crecientes conocimientos tecnológicos a nuestro alcance, con la imperiosa necesidad humana de tenerlo todo controlado, puede dar lugar a resultados más que cuestionables.

Cada episodio de Black Mirror plantea una idea innovadora, un contexto distinto al anterior que, aunque en un principio parezca incluso atractivo, una serie de acontecimientos inquietantes irán hilando una trama con la que no podrás parpadear hasta conocer el desenlace, que te atrapará y te pillará desprevenido, provocando más que una exclamación y una boca abierta de desconcierto.  Te hará plantearte, "¿actuaría yo igual en esa situación?". He llegado a tener un debate de más de una hora con mi hermano en uno de los episodios que vimos juntos. Porque aunque Black Mirror tiene sus más y sus menos, algún episodio mucho más flojo de lo que nos tienen acostumbrados, en general, no te dejará indiferente. Como mínimo, irrumpirá en tus principios más arraigados y los pondrá en duda. Su incesante trama te mantendrá clavado en el sofá, y su tesis te hará regresar a por más, a descubrir con qué idea revolucionaria te bombardean la siguiente vez. Su ritmo es frenético; sus personajes, variopintos y reales, y el guión, perfectamente construido para cerrar el conflicto y abrir en su lugar mil preguntas al respecto.

Black mirror nos da una bofetada con nuestro propio guante, nos lanza un jarro de agua fría para despertar y ser conscientes de hasta dónde seríamos capaces de llegar como sociedad, como especie.
No solo habla de aparatos endemoniados que se vuelven contra nosotros, sus creadores, sino de nosotros mismos, los doctores Frankenstein de esta historia, y cómo podemos llegar a dar rienda suelta a nuestros impulsos más desenfrenados,  alimentados por nuevas herramientas tecnológicas, cada vez más poderosas. Los celos, las inseguridades, la vanidad, la nostalgia, el auto-engaño, la obsesión.
Porque Black mirror es, volviendo a nuestro presente, el "espejo negro" de nuestras pantallas digitalizadas donde nos miramos cada vez con mayor deshumanización, dejando atrás lo que un día nos hizo naturales, auténticos, racionales, y perdiendo nuestra propia esencia mientras nos dejamos absorber y tragar en la inmensidad de una pantalla en negro. Una inmensidad vacía, llena de nada. Todos lo sabemos pero participamos del juego gustosos. Aceptamos términos y condiciones para convertir nuestros datos en mercancía para las grandes empresas y encantados nos convertimos durante horas en esclavos de estos espejos en negro que todos tenemos en nuestros hogares, ya sea para trabajar, pasar el rato, construir en el "muro" la imagen que queremos que todo el mundo perciba de nosotros, e incluso entablar una guerra digital en las redes por ver quién es más políticamente correcto, quién merece nuestro odio por pensar diferente, y a quién aplaudimos a "likes" tras farfullar cuatro cosas que no nos molestamos ni en contrastar. Es curioso como un espacio que fue concebido como un oasis en pos de la libertad de expresión de sus usuarios, se ha convertido en un campo minado para quienes no siempre piensan como la mayoría dice que se debe pensar, o no están de acuerdo con el "hashtag" más popular. Y es curioso como un espacio nacido para dar mayor cabida a la libertad de información se ha convertido en la "hora de la post-verdad" en la que no importa cuanta dosis de realidad haya en una publicación, sino las palabras que se deben usar para causar una mayor sensación entre los "followers". Y es curioso como algo que pronosticaba un mayor acercamiento de los unos con los otros se ha convertido en una poderosa arma de enfrentamiento y de aislamiento. A estas alturas, Hated in the nation se asemeja terriblemente posible, más que Nosedive, que ya es nuestra realidad.
Tristemente, no podemos hacer nada por remediarlo, porque nuestra sociedad ya se sostiene demasiado en estos pilares cibernéticos. Hoy día es imposible trabajar o estudiar o sin un ordenador.  Cuando salimos de casa nos sentimos desnudos, expuestos, inseguros, sin nuestro teléfonos móviles en el bolsillo. Y por otra parte, no me engaño creyendo que solo tiene un lado oscuro. Internet es maravilloso y aterrador. Igual que un pozo sin fondo para nuestros instintos más peligrosos, también es un océano de posibilidades, de investigación, conocimiento, difusión, etc. Puede que de cabida a todo tipo de bajezas que no somos capaces ni de imaginar, de dispersar mensajes peligrosos, de provocar también masivas avalanchas populares de odio cocido al fuego de la ignorancia. Pero por otra parte, pone a nuestro alcance la posibilidad de llegar a ser, a abarcar, mucho más, de aplicar a nuestra vida y profesión innumerables herramientas que de otra forma no tendríamos disponibles, y de juntar a multitudes que nada tienen que ver bajo un propósito mayor. Puede encerrarnos en nosotros mismos y aislarnos precisamente de los que tenemos a nuestro alrededor, que quieren disfrutar de una compañía que no sea una persona pegada a un aparato de coltán, pero también puede derribar fronteras y permitir que podamos interactuar con quienes están lejos.
Como siempre, y al igual que el resto de las victorias del hombre en su carrera contra el tiempo, en pos de la evolución, el rumbo que tomen nuestros espejos en negro dependerá de las intenciones con las que decidamos asomarnos a ellos. De nuestra consideración por nuestro propio mundo, el que existe antes que aquellos, y en lo que queramos que se convierta.


1 comentario: